
Vítor Benite es un jugador de baloncesto brasileño, graduado del Programa de Desarrollo Profesional, desarrollado por Johan Cruyff Institute junto a la Asociación de Clubs de Baloncesto (acb)
A sus 35 años, Vítor Benite tiene una larga trayectoria en el mundo del baloncesto profesional. A lo largo de su carrera, ha competido en las ligas de Brasil, Italia y Croacia, e incluso ha sido parte de la selección brasileña. En paralelo a su trayectoria deportiva, Vítor participó del programa de desarrollo profesional desarrollado a través de la colaboración entre Johan Cruyff Institute y la acb. “Una parte importante del programa de desarrollo fue el hecho de salir del deporte, de conectarte con otras cosas, aprender de otros mundos, escuchar a personas que trabajan en otros sectores”, explica.
Luego del programa, Vítor decidió continuar con su formación, y realizó el Posgrado en Gestión Deportiva Online. Esta experiencia académica lo ayudó a conocer mejor la industria deportiva, y a prepararse para su vida fuera de las pistas: “Gracias a los estudios empiezo a reconocer las cosas que me gustan más dentro del sector”. En esta entrevista, Vítor repasa su recorrido como jugador y subraya la importancia de la formación académica como complemento al entrenamiento.
¿Qué aprendizajes personales y profesionales te ha aportado jugar en países como Brasil, España o Italia?
La carrera de un jugador profesional implica retos constantes. En mi caso, salir de Brasil para jugar en España supuso adaptarme a una liga mucho más exigente, tanto en lo físico como en lo mental. Esa experiencia me ayudó a crecer dentro y fuera de la pista. Comprendí que, si estás bien fuera de la cancha —si encuentras tu cafetería de confianza, si te sientes parte del entorno—, el rendimiento mejora.
«Adaptarte a una nueva cultura, idioma y estilo de juego te obliga a evolucionar. Aprendes a ser resiliente, a reinventarte. Todo eso me ha hecho madurar, no solo como jugador, sino como persona”.
¿Cómo ha cambiado tu rol en el equipo con el paso de los años?
Cuando empecé, mi objetivo era destacar individualmente: mejorar mis estadísticas, hacer buenos partidos. Con los años, comprendí que lo importante no es solo brillar, sino hacer que el equipo gane. Hoy, con más experiencia, sé cómo aportar desde otro lugar: gestionando momentos complicados, ayudando a los compañeros más jóvenes y utilizando mi recorrido para fortalecer al grupo.
Ya no se trata únicamente de jugar bien, sino de contribuir con liderazgo y equilibrio emocional. Esa es una de las grandes lecciones del deporte a largo plazo.
¿Cuál ha sido el momento más difícil de tu carrera deportiva?
Sin duda, las lesiones. A los 22 años sufrí una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. Fue un proceso largo, exigente tanto física como mentalmente. Pierdes confianza en tu cuerpo, y eso es muy duro. Pero también es lo que más te hace crecer. Aprendes a enfocarte, a tener paciencia y a valorar cada minuto sobre la pista.
Otro reto importante ha sido la distancia con la familia. Perderte cumpleaños, ver crecer a tus sobrinos desde lejos. Pero cuando eliges un camino poco común, sabes que también implica sacrificios que no todo el mundo está dispuesto a asumir.
¿Qué te motivó a estudiar en Johan Cruyff Institute?
Siempre quise estudiar, pero lo iba posponiendo por el ritmo de entrenamientos y partidos. Pensaba que no era compatible. Todo cambió cuando Johan Cruyff Institute lanzó un programa junto a la acb, y me invitaron a participar. Me di cuenta de que sí se puede estudiar mientras se compite al más alto nivel, y además me gustó mucho.
«Después del programa de desarrollo, decidí continuar con el Posgrado en Gestión Deportiva Online. Me permitió conocer mejor el sector, descubrir nuevas áreas de interés y empezar a prepararme para el futuro”.
¿Cómo ha influido la formación académica en tu carrera, dentro y fuera de la pista?
El estudio me ha ayudado a desconectar del estrés competitivo. Salir de un mal partido y sentarme a aprender sobre economía o gestión me permitía relajar la mente. Al volver a entrenar al día siguiente, estaba más fresco, más centrado. Es un ciclo muy positivo: estudiar, entrenar, competir. Cada parte nutre a la otra.
Además, compartir formación con personas de otros ámbitos te abre la mente. El desarrollo profesional no consiste solo en aprender teoría: también es ampliar tu perspectiva.
¿Qué les recomendarías a deportistas que quieren formarse pero sienten que no tienen tiempo?
Les diría que empiecen ya, sin exigirse demasiado. Que lo hagan a su ritmo, aunque les lleve más años. La progresión académica, igual que la deportiva, es gradual. Nadie lo hace bien desde el primer día: se mejora con práctica constante. Con el estudio ocurre lo mismo.
«No hace falta ser el mejor alumno: basta con ser constante. En mi caso, estudiar sin presionarme me ayudó a estar más tranquilo, tanto dentro como fuera de la pista. Es una inversión que merece la pena”.
¿Cuál ha sido el aprendizaje más valioso de tu experiencia académica?
La paciencia. Vivimos en una sociedad que busca resultados inmediatos, pero las cosas importantes requieren tiempo. Aprendí a estudiar un poco cada día, sin agobios. Me lo tomé como un hobby, y eso me permitió completar el programa de desarrollo y el posgrado en dos años, mientras seguía compitiendo.
Es el mismo principio que he aplicado en toda mi carrera: entrenar una y otra vez hasta que algo sale de forma natural. La constancia lo es todo.
¿Cómo te imaginas el futuro, dentro o fuera del deporte?
Todavía quiero seguir compitiendo al máximo nivel unos años más. Pero gracias a los estudios empiezo a visualizar otras posibilidades: me gustaría seguir vinculado al deporte, quizá desde la gestión de clubes, el comité olímpico o alguna federación.
Creo firmemente en el deporte como herramienta social, especialmente para los más jóvenes. Fomenta valores, crea comunidad y aleja de los malos hábitos. Por eso quiero seguir formando parte de este mundo, aportando desde la experiencia y el conocimiento.